Uno de los principales quebraderos de cabeza de los viticultores son las plagas de hongos que afectan a las vides. Estos ataques por hongos se producen sobre todo en la poda de la planta. Estas plagas pueden provocar pérdidas millonarias en los viñedos. Expertos estiman que las pérdidas pueden alcanzar los 600 millones de euros.
El procedimiento habitual es cortar las ramas y poner fungicidas en las heridas de las podas. Por ello, es habitual ver una especie de pasta que cubre la zona cortada. De esta forma, se cierra la entrada a posibles parásitos que perjudiquen la madera del arbusto y como consecuencia evitar enfermedades.
En la actualidad existe un mayor conocimiento para la mejora de diagnóstico. Pero también una preocupación por reducir el uso de tratamientos fitosanitarios por su impacto ambiental. Una de las opciones en las que se está trabajando para prevenir las enfermedades en la vid es mirar hacia métodos naturales. Los investigadores y productores están buscando aquellas variedades de vid más resistentes.
En países como Alemania y Suiza ya se está trabajando en ello. Estas variedades de vid también se han autorizado en otros países como Italia. Las mejoras se han debido al cruce entre diferentes especies de vid. Sin embargo, esto no quiere decir que los arbustos sean inmunes a los patógenos. Se reduce la enfermedad pero no se elimina, esto es debido a que los patógenos evolucionan y van mutando. Esto hace imposible su eliminación por completo.
¿Qué pasará con las variedades de vid?
Debemos tener en cuenta que para el vino es importantísimo contar con unas determinadas características en su materia prima. Ello hará que el aroma y el sabor sean característicos de determinados caldos. Además, hay que tener en cuenta la regulación, la autorización de las variedades y seguir cumpliendo con la denominación de origen.
La pregunta es: ¿Hasta qué punto puede aplicarse esta metodología para proteger a los viñedos y disminuir el uso de los fungicidas?
